LUZBY BERNAL

sábado, 13 de agosto de 2011

TRES REALIDADES FUNDAMENTALES SOBRE LA SEXUALIDAD HUMANA

TRES REALIDADES FUNDAMENTALES SOBRE LA SEXUALIDAD HUMANA


Por Alberto N. Martin


Pablo asume tres realidades fundamentales sobre la sexualidad humana:
1.  Nuestra  sexualidad,  incluyendo nuestra capacidad para el placer  sexual, se origina en Dios y no en el diablo.
Esto lo sabemos de los primeros capítulos de Génesis.  
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creo” (1:27).
Todo lo que está incluido en la masculinidad y feminidad, con toda  la capacidad del placer sexual,  se originó en la mente de Dios y vino a existencia por la actividad creadora de Dios.  Y por ende, el primer capítulo concluye con estas palabras: “Y vio Dios  todo  lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran  manera”  (v. 31). Esto incluye al hombre como hombre,  con  su masculinidad distintiva  y  sus capacidades masculinas distintivas para el placer sexual, e incluye a la mujer en toda su feminidad y toda su capacidad para el placer sexual.  De ello Dios dijo: “Es bueno, me gusta lo que he hecho”.
Si  nosotros no comenzamos  cualquier discusión de la pureza  sexual con este  punto,  terminaremos en algún error en el camino. Nuestra sexualidad tuvo su origen en Dios y no en el diablo.  Esto que leímos en Gn. 1:27 es precisamente amplificado en el capítulo 2.  Dios vio al hombre en toda su masculinidad sin su contraparte y dijo: “Le haré ayuda  idónea para él”  (v. 18).  Obviamente Dios hizo a Adán con  sus órganos sexuales y su capacidad para el placer sexual; y cuando dijo que  iba a hacer su contraparte, no hizo una criatura asexual o andrógena, hizo una mujer con todo lo que constituye una mujer, incluyendo su sexualidad distintiva y capacidad para el placer sexual.
“Y de la costilla que Jehová Dios tomó al hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.  Dijo  entonces  Adán:  Esto  es  ahora  hueso  de  mis  huesos  y carne  de  mi  carne;  ésta  será llamada Varona, porque del varón fue tomada.  Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.  Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban”  (vv. 22-25).
Ellos se  vieron  a  sí mismos  como habiendo  venido  de  la mano de  su  creador  en  toda  la  sexualidad plenamente  desarrollada  de masculinidad  y  feminidad.  Más  aún,  el  relato de  la creación no  termina poniendo una cortina  sobre ellos  por  su  desnudez,  sino quitándola.   Y  esta es  la  última  palabra  de  la creación prístina  y gloriosa:  que  Adán  y  Eva  se amaban  maritalmente  sin  avergonzarse,  y  Dios  aún sonriendo dijo: “Es bueno, me gusta lo que he hecho”.

Permíteme preguntarte: ¿Tienes algún problema con eso?  ¿Te sonrojas y arden  tus oídos al escuchar al predicador hablando de esa manera?  Todo lo que he hecho es exponer la Biblia brevemente.  Si eres más quisquilloso que Dios, necesitas  ordenarte;  en  algún punto  tienes manías  en  tu  sique  y  en  tu  forma  de pensar sobre la dignidad y, reverentemente añado, la majestad de la sexualidad humana.
Todo  lo que  Pablo dice  para ayudarnos  a  huir  de  la  fornicación  en 1  Corintios  6  asume este  primer elemento del  mayor  general  de  la enseñanza  bíblica:  que  nuestra  sexualidad,  incluyendo nuestra capacidad para  el placer  sexual,  tiene  su origen  en Dios y no  en  el diablo.  Por  tanto, nunca debemos tomar la posición de que el placer sexual es sucio y malo o que es el trato necesario para preservar la raza humana.
En  la medida en que  ustedes,  jóvenes,  crecen  y  se  desarrollan, Dios  ha  ordenado que  las muchachas lleguen  al  punto  que  digan:  “¡Varones, mm!”   y  los muchachos:  “¡Hembras, mm!”  Esa  percepción  y deseo en desarrollo hasta su cumplimiento en la intimidad sexual que emerge de su sexualidad humana, no viene del infierno, ni del abismo, ni del diablo.  Viene de Dios, que te hizo a su imagen y semejanza.

2.  El Dios que nos concibió en su mente y nos creó con nuestra sexualidad es el único que tiene el derecho de regular sus funciones legítimas.
Antes que el pecado entrara, el hombre no tenía la libertad de regularse por sus impulso y anhelos.  Dios les  ordenó  con  revelación proposicional  explícita:  “Y  los  bendijo  Dios,  y  les  dijo:  Fructificad  y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla” (Gn. 1:28).  Ellos debían tener intimidad sexual, concebir y tener hijos por mandamiento divino.  En el capítulo 2 se presenta que fueron unidos en la intimidad total de la unión sexual por la misma mano de Dios.  Él es el único que tiene derecho de regular las funciones legítimas de nuestra sexualidad.  No debemos regular sus funciones por el consenso de la sociedad ni la opinión de los llamados “expertos”.  Él ha expresado claramente, tanto en los relatos de la creación como en  la economía mosaica, que él tiene el derecho de  regular  la actividad  sexual del hombre.   Vemos en todas las regulaciones levíticas cómo Dios metía sus narices en toda la vida sexual de su pueblo, dándoles directrices  específicas sobre muchos detalles acerca de cómo debían conducirse.  Muchas de esas cosas no tienen aplicación para nosotros; eran parte de su sistema de tipos y sombras.  Pero el principio es éste:
Cuando Dios hizo pacto con su pueblo, él dice que parte de ese arreglo pactual es: “Yo tengo el derecho de regular los detalles de sus actividades sexuales”.  Por eso vemos en el decálogo la expresa prohibición:
“No  cometerás  adulterio”  (Ex. 20:14).   Solo  el  Dios  que  nos  hizo  tiene  el  derecho de  regular  las funciones legítimas de nuestra sexualidad.

3.  El  Dios  que creó  nuestra  sexualidad  generalmente  tiene el  propósito  de  que  sea consumada gozosamente en deliciosa autoentrega dentro de los límites del matrimonio.

Pablo presenta esto abundantemente claro en 1 Corintios 7.  Comienza diciendo que “el marido cumpla con  la mujer el deber conyugal, y asimismo  la mujer con el marido”  (v. 3).  Debe haber  respeto de  las necesidades mutuas.  Dentro de los límites del matrimonio tiene que haber esa autoentrega frecuente que satisface esas necesidades.

“Sea bendita  tu  fuente,  y  regocíjate con  la  mujer  de  tu  juventud, amante cierva  y
graciosa  gacela;  que  sus senos  te  satisfagan  en  todo  tiempo,  su amor  te embriague  para
siempre” (Pr. 5:18-19; Biblia de las Américas).

“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla” (He. 13:4)
La Escritura enseña claramente que el Dios que creó nuestra sexualidad generalmente  tiene el propósito de que  sea gozosamente consumada en deliciosa autoentrega dentro de  los  límites del matrimonio.  Si tienes  problemas  con mis palabras,  hay  algo  extraño  en  tus  pensamientos sobre  la  sexualidad humana. 
¡Gozosamente consumada!  No  el mero  cumplimiento de un deber para que el hombre no  vaya  a otra mujer.  Esa es  la perspectiva de algunas mujeres cristianas: “Si me quieres, aquí estoy, así que si vas y persigues a otra mujer, no me culpes”.  Ese no es el concepto de la Biblia.  Lee Cantar de los Cantares, y también Proverbios 5.
Dije también “generalmente”.  Algunas veces nuestra sexualidad debe ser sublimada en soltería impuesta sobre nosotros por la providencia divina.  Algunas veces debe ser subyugada para fines más elevados (1 Corintios 7 habla de esto).  Por eso hablé de “generalmente”.  Usé mis palabras cuidadosamente y con propósito.
Con  esos  conceptos  fundamentales  condicionando  todo  lo que  sigue,  comencemos  a considerar  siete trompetazos que nos llaman a una vida de pureza sexual.  Para cambiar la ilustración, miremos a las siete murallas que por la gracia de Dios podemos construir a nuestro alrededor para mantenernos  limpios de una vida de impureza sexual. 


http://purezaencristo.blogspot.com

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