TRES REALIDADES FUNDAMENTALES SOBRE LA SEXUALIDAD HUMANA
Por Alberto N. Martin
Pablo asume tres realidades fundamentales sobre la sexualidad humana:
1. Nuestra sexualidad, incluyendo nuestra capacidad para el placer sexual, se origina en Dios y no en el diablo.
Esto lo sabemos de los primeros capítulos de Génesis.
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creo” (1:27).
Todo lo que está incluido en la masculinidad y feminidad, con toda la capacidad del placer sexual, se originó en la mente de Dios y vino a existencia por la actividad creadora de Dios. Y por ende, el primer capítulo concluye con estas palabras: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (v. 31). Esto incluye al hombre como hombre, con su masculinidad distintiva y sus capacidades masculinas distintivas para el placer sexual, e incluye a la mujer en toda su feminidad y toda su capacidad para el placer sexual. De ello Dios dijo: “Es bueno, me gusta lo que he hecho”.
Si nosotros no comenzamos cualquier discusión de la pureza sexual con este punto, terminaremos en algún error en el camino. Nuestra sexualidad tuvo su origen en Dios y no en el diablo. Esto que leímos en Gn. 1:27 es precisamente amplificado en el capítulo 2. Dios vio al hombre en toda su masculinidad sin su contraparte y dijo: “Le haré ayuda idónea para él” (v. 18). Obviamente Dios hizo a Adán con sus órganos sexuales y su capacidad para el placer sexual; y cuando dijo que iba a hacer su contraparte, no hizo una criatura asexual o andrógena, hizo una mujer con todo lo que constituye una mujer, incluyendo su sexualidad distintiva y capacidad para el placer sexual.
“Y de la costilla que Jehová Dios tomó al hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” (vv. 22-25).
Ellos se vieron a sí mismos como habiendo venido de la mano de su creador en toda la sexualidad plenamente desarrollada de masculinidad y feminidad. Más aún, el relato de la creación no termina poniendo una cortina sobre ellos por su desnudez, sino quitándola. Y esta es la última palabra de la creación prístina y gloriosa: que Adán y Eva se amaban maritalmente sin avergonzarse, y Dios aún sonriendo dijo: “Es bueno, me gusta lo que he hecho”.
Permíteme preguntarte: ¿Tienes algún problema con eso? ¿Te sonrojas y arden tus oídos al escuchar al predicador hablando de esa manera? Todo lo que he hecho es exponer la Biblia brevemente. Si eres más quisquilloso que Dios, necesitas ordenarte; en algún punto tienes manías en tu sique y en tu forma de pensar sobre la dignidad y, reverentemente añado, la majestad de la sexualidad humana.
Todo lo que Pablo dice para ayudarnos a huir de la fornicación en 1 Corintios 6 asume este primer elemento del mayor general de la enseñanza bíblica: que nuestra sexualidad, incluyendo nuestra capacidad para el placer sexual, tiene su origen en Dios y no en el diablo. Por tanto, nunca debemos tomar la posición de que el placer sexual es sucio y malo o que es el trato necesario para preservar la raza humana.
En la medida en que ustedes, jóvenes, crecen y se desarrollan, Dios ha ordenado que las muchachas lleguen al punto que digan: “¡Varones, mm!” y los muchachos: “¡Hembras, mm!” Esa percepción y deseo en desarrollo hasta su cumplimiento en la intimidad sexual que emerge de su sexualidad humana, no viene del infierno, ni del abismo, ni del diablo. Viene de Dios, que te hizo a su imagen y semejanza.
2. El Dios que nos concibió en su mente y nos creó con nuestra sexualidad es el único que tiene el derecho de regular sus funciones legítimas.
Antes que el pecado entrara, el hombre no tenía la libertad de regularse por sus impulso y anhelos. Dios les ordenó con revelación proposicional explícita: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla” (Gn. 1:28). Ellos debían tener intimidad sexual, concebir y tener hijos por mandamiento divino. En el capítulo 2 se presenta que fueron unidos en la intimidad total de la unión sexual por la misma mano de Dios. Él es el único que tiene derecho de regular las funciones legítimas de nuestra sexualidad. No debemos regular sus funciones por el consenso de la sociedad ni la opinión de los llamados “expertos”. Él ha expresado claramente, tanto en los relatos de la creación como en la economía mosaica, que él tiene el derecho de regular la actividad sexual del hombre. Vemos en todas las regulaciones levíticas cómo Dios metía sus narices en toda la vida sexual de su pueblo, dándoles directrices específicas sobre muchos detalles acerca de cómo debían conducirse. Muchas de esas cosas no tienen aplicación para nosotros; eran parte de su sistema de tipos y sombras. Pero el principio es éste:
Cuando Dios hizo pacto con su pueblo, él dice que parte de ese arreglo pactual es: “Yo tengo el derecho de regular los detalles de sus actividades sexuales”. Por eso vemos en el decálogo la expresa prohibición:
“No cometerás adulterio” (Ex. 20:14). Solo el Dios que nos hizo tiene el derecho de regular las funciones legítimas de nuestra sexualidad.
3. El Dios que creó nuestra sexualidad generalmente tiene el propósito de que sea consumada gozosamente en deliciosa autoentrega dentro de los límites del matrimonio.
Pablo presenta esto abundantemente claro en 1 Corintios 7. Comienza diciendo que “el marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido” (v. 3). Debe haber respeto de las necesidades mutuas. Dentro de los límites del matrimonio tiene que haber esa autoentrega frecuente que satisface esas necesidades.
“Sea bendita tu fuente, y regocíjate con la mujer de tu juventud, amante cierva y
graciosa gacela; que sus senos te satisfagan en todo tiempo, su amor te embriague para
siempre” (Pr. 5:18-19; Biblia de las Américas).
“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla” (He. 13:4)
La Escritura enseña claramente que el Dios que creó nuestra sexualidad generalmente tiene el propósito de que sea gozosamente consumada en deliciosa autoentrega dentro de los límites del matrimonio. Si tienes problemas con mis palabras, hay algo extraño en tus pensamientos sobre la sexualidad humana.
¡Gozosamente consumada! No el mero cumplimiento de un deber para que el hombre no vaya a otra mujer. Esa es la perspectiva de algunas mujeres cristianas: “Si me quieres, aquí estoy, así que si vas y persigues a otra mujer, no me culpes”. Ese no es el concepto de la Biblia. Lee Cantar de los Cantares, y también Proverbios 5.
Dije también “generalmente”. Algunas veces nuestra sexualidad debe ser sublimada en soltería impuesta sobre nosotros por la providencia divina. Algunas veces debe ser subyugada para fines más elevados (1 Corintios 7 habla de esto). Por eso hablé de “generalmente”. Usé mis palabras cuidadosamente y con propósito.
Con esos conceptos fundamentales condicionando todo lo que sigue, comencemos a considerar siete trompetazos que nos llaman a una vida de pureza sexual. Para cambiar la ilustración, miremos a las siete murallas que por la gracia de Dios podemos construir a nuestro alrededor para mantenernos limpios de una vida de impureza sexual.
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