LUZBY BERNAL

sábado, 31 de marzo de 2018

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31/03/2018 Vigilia Pacual en la Noche Santa

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NOTICIERO DEL DÍA, HOY 31 DE MARZO DEL 2018, NOTICIAS DE HOY, 31 DE MARZ...

31 DE MARZO PRONOSTICO DEL CLIMA. MUCHO, MUCHO CALOR! | Pepe En Vivo

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Shabbat @ BGMC 033118

Pelea entre Canelo y Golovkin suspendida :( | Pepe En Vivo

viernes, 30 de marzo de 2018

Albert Gozlan contesta a preguntas de Kabbalah y anuncia 2 nuevos libros

Albert Gozlan anuncia bendiciones a sus alumnos para el Seder de Pesaj

2 de ABRIL; CONJUNCIÓN MARTE-SATURNO; ¿A quién afectará? (El Poder del I...

La Gran Historia De Nick Vujicic, Conocido Como El Tronco De Acero

NASA ScienceCasts: Understanding the Outer Reaches of Earth's Atmosphere

Contemplar el Evangelio de hoy Día litúrgico: Viernes Santo

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes Santo
Texto del Evangelio (Jn 18,1—19,42): En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Díceles: «Yo soy». Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?».

Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». Dice él: «No lo soy». Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho». Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?». El lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con Él?». Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.

De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado». Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley». Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?». Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!». Barrabás era un salteador.

Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «Salve, Rey de los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él». Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él». Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios». Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado». Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!». Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?». Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César». Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.

Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito». Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca». Para que se cumpliera la Escritura: «Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica». Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed». Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.
Comentario:Rev. D. Francesc CATARINEU i Vilageliu (Sabadell, Barcelona, España)
«Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: ‘Todo está cumplido’. E inclinando la cabeza entregó el espíritu»
Hoy celebramos el primer día del Triduo Pascual. Por tanto, es el día de la Cruz victoriosa, desde donde Jesús nos dejó lo mejor de Él mismo: María como madre, el perdón —también de sus verdugos— y la confianza total en Dios Padre.

Lo hemos escuchado en la lectura de la Pasión que nos transmite el testimonio de san Juan, presente en el Calvario con María, la Madre del Señor y las mujeres. Es un relato rico en simbología, donde cada pequeño detalle tiene sentido. Pero también el silencio y la austeridad de la Iglesia, hoy, nos ayudan a vivir en un clima de oración, bien atentos al don que celebramos.

Ante este gran misterio, somos llamados —primero de todo— a ver. La fe cristiana no es la relación reverencial hacia un Dios lejano y abstracto que desconocemos, sino la adhesión a una Persona, verdadero hombre como nosotros y, a la vez, verdadero Dios. El “Invisible” se ha hecho carne de nuestra carne, y ha asumido el ser hombre hasta la muerte y una muerte de cruz. Pero fue una muerte aceptada como rescate por todos, muerte redentora, muerte que nos da vida. Aquellos que estaban ahí y lo vieron, nos transmitieron los hechos y, al mismo tiempo, nos descubren el sentido de aquella muerte.

Ante esto, nos sentimos agradecidos y admirados. Conocemos el precio del amor: «Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). La oración cristiana no es solamente pedir, sino —antes de nada— admirar agradecidos.

Jesús, para nosotros, es modelo que hay que imitar, es decir, reproducir en nosotros sus actitudes. Hemos de ser personas que aman hasta darnos y que confiamos en el Padre en toda adversidad.

Esto contrasta con la atmósfera indiferente de nuestra sociedad; por eso, nuestro testimonio tiene que ser más valiente que nunca, ya que el don es para todos. Como dice Melitón de Sardes, «Él nos ha hecho pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. Él es la Pascua de nuestra salvación».

jueves, 29 de marzo de 2018

Albert Gozlan contesta a preguntas de Kabbalah y anuncia 2 nuevos libros

!!!ÚLTIMO MINUTO!!! ENCUENTRO CON TOM MARTIN

NOTICIAS DE HOY, 29 DE MARZO DEL 2018, NOTICIERO DEL DÍA, HOY 29 DE MARZ...

ALERTA DE TSUNAMI POR FUERTE SISMO DE 7.0 EN PAPUA NUEVA GUINEA HOY 29 D...

Mensaje del Rabino Lau, Pésaj 5778

Contemplar el Evangelio de hoy Día litúrgico: Miércoles Santo

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles Santo
Texto del Evangelio (Mt 26,14-25): En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.

El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.

Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?». Dícele: «Sí, tú lo has dicho».
Comentario:P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP (San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)
«Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará»
Hoy, el Evangelio nos propone —por lo menos— tres consideraciones. La primera es que, cuando el amor hacia el Señor se entibia, entonces la voluntad cede a otros reclamos, donde la voluptuosidad parece ofrecernos platos más sabrosos pero, en realidad, condimentados por degradantes e inquietantes venenos. Dada nuestra nativa fragilidad, no hay que permitir que disminuya el fuego del fervor que, si no sensible, por lo menos mental, nos une con Aquel que nos ha amado hasta ofrecer su vida por nosotros.

La segunda consideración se refiere a la misteriosa elección del sitio donde Jesús quiere consumir su cena pascual. «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’» (Mt 26,18). El dueño de la casa, quizá, no fuera uno de los amigos declarados del Señor; pero debía tener el oído despierto para escuchar las llamadas “interiores”. El Señor le habría hablado en lo íntimo —como a menudo nos habla—, a través de mil incentivos para que le abriera la puerta. Su fantasía y su omnipotencia, soportes del amor infinito con el cual nos ama, no conocen fronteras y se expresan de maneras siempre aptas a cada situación personal. Cuando oigamos la llamada hemos de “rendirnos”, dejando aparte los sofismas y aceptando con alegría ese “mensajero libertador”. Es como si alguien se hubiese presentado a la puerta de la cárcel y nos invita a seguirlo, como hizo el Ángel con Pedro diciéndole: «Rápido, levántate y sígueme» (Hch 12,7).

El tercer motivo de meditación nos lo ofrece el traidor que intenta esconder su crimen ante la mirada escudriñadora del Omnisciente. Lo había intentado ya el mismo Adán y, después, su hijo fratricida Caín, pero inútilmente. Antes de ser nuestro exactísimo Juez, Dios se nos presenta como padre y madre, que no se rinde ante la idea de perder a un hijo. A Jesús le duele el corazón no tanto por haber sido traicionado cuanto por ver a un hijo alejarse irremediablemente de Él.

SIGNIFICADO DEL MANOJO DE HISOPO - PARASHA PESAJ

Pesaj 5778

Cancion Para Pesaj, Español y Hebreo

Canción de Matzot

Canción de Pesaj

El mensaje de Pésaj de Benjamín Netanyahu

lunes, 26 de marzo de 2018

Pesaj 5778: Viernes 30 de Marzo 2018

Kabbalah Exito Empresarial, Negocios, Dinero, Plan de Vida, etc

AL KOL ELE

Kululam: El Presidente de Israel invita a un cántico masivo por los 70 a...

Kululam: El Presidente de Israel invita a un cántico masivo por los 70 a...

Contemplar el Evangelio de hoy Día litúrgico: Lunes Santo

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes Santo
Texto del Evangelio (Jn 12,1-11): Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa.

Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?». Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.
Comentario:Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona, España)
«Ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos»
Hoy, en el Evangelio, se nos resumen dos actitudes sobre Dios, Jesucristo y la vida misma. Ante la unción que hace María a su Señor, Judas protesta: «Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?’» (Jn 12,4-5). Lo que dice no es ninguna barbaridad, ligaba con la doctrina de Jesús. Pero es muy fácil protestar ante lo que hacen los otros, aunque no se tengan segundas intenciones como en el caso de Judas.

Cualquier protesta ha de ser un acto de responsabilidad: con la protesta nos hemos de plantear cómo lo haríamos nosotros, qué estamos dispuestos a hacer nosotros. Si no, la protesta puede ser sólo —como en este caso— la queja de los que actúan mal ante los que miran de hacer las cosas tan bien como pueden.

María unge los pies de Jesús y los seca con sus cabellos, porque cree que es lo que debe hacer. Es una acción tintada de espléndida magnanimidad: lo hizo «tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro» (Jn 12,3). Es un acto de amor y, como todo acto de amor, difícil de entender por aquellos que no lo comparten. Creo que, a partir de aquel momento, María entendió lo que siglos más tarde escribiría san Agustín: «Quizá en esta tierra los pies del Señor todavía están necesitados. Pues, ¿de quién, fuera de sus miembros, dijo: ‘Todo lo que hagáis a uno de estos pequeños... me lo hacéis a mí? Vosotros gastáis aquello que os sobra, pero habéis hecho lo que es de agradecer para mis pies’».

La protesta de Judas no tiene ninguna utilidad, sólo le lleva a la traición. La acción de María la lleva a amar más a su Señor y, como consecuencia, a amar más a los “pies” de Cristo que hay en este mundo.

A que se prepara el mundo? 21 países expulsan a diplomáticos rusos

Los primeros minutos del incendio en el centro comercial ruso

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domingo, 25 de marzo de 2018

NOTICIERO DEL DÍA, HOY 25 DE MARZO DEL 2018, NOTICIAS DE HOY, 25 DE MARZ...

!!!ÚLTIMO MINUTO!!! 25 DE MARZO VENEZUELA

Contemplar el Evangelio de hoy Día litúrgico: Domingo de Ramos (B)

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Domingo de Ramos (B)
Texto del Evangelio (Mc 14,1—15,47): Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo prenderle con engaño y matarle. Pues decían: «Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo».

Estando Él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza. Había algunos que se decían entre sí indignados: «¿Para qué este despilfarro de perfume? Se podía haber vendido este perfume por más de trescientos denarios y habérselo dado a los pobres». Y refunfuñaban contra ella. Mas Jesús dijo: «Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena en mí. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ha hecho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya».

Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento oportuno.

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?». Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: ‘El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?’. Él os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros». Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua.

Y al atardecer, llega Él con los Doce. Y mientras comían recostados, Jesús dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará, el que come conmigo». Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: «¿Acaso soy yo?». Él les dijo: «Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato. Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!».

Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo». Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios». Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Jesús les dice: «Todos os vais a escandalizar, ya que está escrito: ‘Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas’. Pero después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea». Pedro le dijo: «Aunque todos se escandalicen, yo no». Jesús le dice: «Yo te aseguro: hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres». Pero él insistía: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré». Lo mismo decían también todos.

Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración». Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad». Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de Él aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil». Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no sabían qué contestarle. Viene por tercera vez y les dice: «Ahora ya podéis dormir y descansar. Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡vámonos! Mirad, el que me va a entregar está cerca».

Todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a entregar les había dado esta contraseña: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle y llevadle con cautela». Nada más llegar, se acerca a Él y le dice: «Rabbí», y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le prendieron. Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja. Y tomando la palabra Jesús, les dijo: «¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días estaba junto a vosotros enseñando en el Templo, y no me detuvisteis. Pero es para que se cumplan las Escrituras». Y abandonándole huyeron todos. Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo.

Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. También Pedro le siguió de lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los criados, calentándose al fuego. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban. Pues muchos daban falso testimonio contra Él, pero los testimonios no coincidían. Algunos, levantándose, dieron contra Él este falso testimonio: «Nosotros le oímos decir: ‘Yo destruiré este Santuario hecho por hombres y en tres días edificaré otro no hecho por hombres’». Y tampoco en este caso coincidía su testimonio. Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?». Pero Él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?». Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo». El Sumo Sacerdote se rasga las túnicas y dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Todos juzgaron que era reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, le cubrían la cara y le daban bofetadas, mientras le decían: «Adivina», y los criados le recibieron a golpes.

Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote y al ver a Pedro calentándose, le mira atentamente y le dice: «También tú estabas con Jesús de Nazaret». Pero él lo negó: «Ni sé ni entiendo qué dices», y salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Le vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Éste es uno de ellos». Pero él lo negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro: «Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo». Pero él, se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre de quien habláis!». Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres». Y rompió a llorar.

Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús, le llevaron y le entregaron a Pilato. Pilato le preguntaba: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». El le respondió: «Sí, tú lo dices». Los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas. Pilato volvió a preguntarle: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan». Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba sorprendido.

Cada Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato. Subió la gente y se puso a pedir lo que les solía conceder. Pilato les contestó: «¿Queréis que os suelte al Rey de los judíos?». Pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les soltase más bien a Barrabás. Pero Pilato les decía otra vez: «Y ¿qué voy a hacer con el que llamáis el Rey de los judíos?». La gente volvió a gritar: «¡Crucifícale!». Pilato les decía: «Pero, ¿qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaron con más fuerza: «¡Crucifícale!». Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado.

Los soldados le llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a saludarle: «¡Salve, Rey de los judíos!». Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante Él. Cuando se hubieron burlado de Él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para crucificarle.

Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar del Gólgota, que quiere decir: Calvario. Le daban vino con mirra, pero Él no lo tomó. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: «El Rey de los judíos». Con Él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario y lo levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!». Igualmente los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: «A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». También le injuriaban los que con Él estaban crucificados.

Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: «Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?», que quiere decir «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Al oír esto algunos de los presentes decían: «Mira, llama a Elías». Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber, diciendo: «Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle». Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró.

Y el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo. Al ver el centurión, que estaba frente a Él, que había expirado de esa manera, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por el centurión, concedió el cuerpo a José, quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar una piedra sobre la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José se fijaban dónde era puesto.
Comentario:Rev. D. Fidel CATALÁN i Catalán (Terrassa, Barcelona, España)
«Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios»
Hoy, en la Liturgia de la palabra leemos la pasión del Señor según san Marcos y escuchamos un testimonio que nos deja sobrecogidos: «Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). El evangelista tiene mucho cuidado en poner estas palabras en labios de un centurión romano, que atónito, había asistido a una más de entre tantas ejecuciones que le debería tocar presenciar en función de su estancia en un país extranjero y sometido.

No debe ser fácil preguntarse qué debió ver en Aquel rostro -a duras penas humano- como para emitir semejante expresión. De una manera u otra debió descubrir un rostro inocente, alguien abandonado y quizá traicionado, a merced de intereses particulares; o quizá alguien que era objeto de una injusticia en medio de una sociedad no muy justa; alguien que calla, soporta e, incluso, misteriosamente acepta todo lo que se le está viniendo encima. Quizá, incluso, podría llegar a sentirse colaborando en una injusticia ante la cual él no mueve ni un dedo por impedirla, como tantos otros se lavan las manos ante los problemas de los demás.

La imagen de aquel centurión romano es la imagen de la Humanidad que contempla. Es, al mismo tiempo, la profesión de fe de un pagano. Jesús muere solo, inocente, golpeado, abandonado y confiado a la vez, con un sentido profundo de su misión, con los "restos de amor" que los golpes le han dejado en su cuerpo.

Pero antes -en su entrada en Jerusalén- le han aclamado como Aquel que viene en nombre del Señor (cf. Mc 11,9). Nuestra aclamación este año no es de expectación, ilusionada y sin conocimiento, como la de aquellos habitantes de Jerusalén. Nuestra aclamación se dirige a Aquel que ya ha pasado por el trago de la donación total y del que ha salido victorioso. En fin, «nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia» (San Andrés de Creta).

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Reflexiones Parashá TZAV.


Torá desde Jerusalem



Parashá Tzav - Ordena
Libro Vayikrá / Levítico (6:1 a 8:36)
Reflexiones sobre la Parashá

"Ordénales a Aharón y a sus hijos, diciendo: 'Esta es la ley concerniente a la ola'" (Vayikrá 6:2)
Imagínate que vas caminando por un campo. Detrás de ti hay unas cuantas vacas masticando pasto.  Delante de ti hay un cerco.  En el cerco hay una puerta angosta.  Tú vas  en dirección a la puerta y sin prestar demasiada atención, sales del campo.  Estás a punto de darte vuelta para ir a cerrar la puerta, cuando ves que una de las vacas te ha  estado siguiendo se va arrimando a la puerta.  De pronto, un flash enceguecedor.  La vaca se convulsiona en paroxismos.  Miles de voltios atraviesan su cuerpo.  Unos cuantos segundos, y todo ha acabado.  La vaca esta quieta, muerta.  No se oyen más que los pájaros cantando,  completamente indiferentes a la escena. 
¿Cómo te sentirías?  ¿No es cierto que pensarías “¡Di-s mío!  ¡Podría haber sido yo! ¡Debería haber sido yo!”?  El Korbán era el ejemplo más clásico de la denominada "realidad virtual".
Todo el propósito del korbán era que la persona que hubiese cometido un pecado pudiera ver la muerte del animal. Que viera como su sangre vital se derramaba en las esquinas del altar.  Que viera sus miembros quemándose y pensara: "Debería haber sido yo.  Yo soy el  que debería estar quemándose".
Por la fuerza nos envían a este mundo, y por la fuerza nos sacan de él.  No somos dueños de nuestras vidas. 
Nuestras vidas están siempre en las Manos del Hacedor.  Cuando hacemos el mal, nos privamos de nuestra razón de ser.  Es como si rompiéramos nuestro contrato con Di-s.  Di-s tiene un convenio con cada uno de nosotros: Él nos da la vida y la capacidad de sustentarnos.  Lo único que Él pide es que usemos el mundo del modo correcto.  Al renegar el convenio, nos estamos separando del mundo.
Sin embargo, Hashem, en Su infinita bondad, nos deja un camino de retorno.  A través del proceso de teshuvá podemos retornar a Él como si jamás hubiésemos pecado. 
Todo el propósito del korbán es despertar en el corazón  pensamientos de arrepentimiento por las malas acciones  cometidas: pensamientos de retorno a Hashem.  El korbán era la realidad virtual por excelencia.  Tu vida está en peligro.
(Rambán)


"Se mantendrá ardiendo un fuego continuo  sobre el; no será apagado" (Vayikrá 6:6)
La Torá prohíbe apagar el fuego del Altar.  Por el  contrario: el fuego debe ser atendido constantemente, agregándole leña tanto como haga falta, de modo tal que la llama se eleve en forma constante.  Y si está prohibido apagar siquiera una sola brasa del Altar físico (Zevajim 91), cuanto más grande será la prohibición de apagar siquiera una sola brasa ardiente del Altar espiritual, que es el corazón judío.  El ansia de santidad, la llama del corazón que siempre aspira a elevarse más y más, hacia arriba, hacia su fuente, siempre deberá alimentarse y fortalecerse, a través del razonamiento, la sabiduría y el discernimiento, con la  iluminación de las mitzvot y la luz de la Torá.
(Orot ha Kodesh, Zevajim 91)


"Si lo ofreciere por una ofrenda de gracias"  (Vayikrá 7:12)
No hay nadie que pueda decir gracias por ti, excepto tú mismo.
Una de las ofrendas mencionadas en la parashá de esta  semana es el korbán toda, el sacrificio que traía el pueblo cuando quería agradecer a Hashem. 
Los Sabios nos dicen que, en el futuro, cuando todos los otros korbanot dejen de existir, el korbán toda seguirá ofreciéndose, porque siempre existirá la necesidad de decir "gracias".
En la repetición de la Amidá, el rezo que se dice de pie, únicamente el shalíaj tzibur, quien lidera el servicio, repite las plegarias.  La congregación responde, pero no repite las bendiciones.
Con una sola excepción: la bendición de Modim, "Gracias".
Para todas las bendiciones de la Amidá podemos enviar un Shalíaj, un mensajero.  Cuando le rezamos a Hashem para que nos cure, podemos enviar un mensajero; cuando le pedimos que nos dé nuestro sustento, podemos enviar un mensajero.
Pero hay una sola cosa que ninguna otra persona puede decir por nosotros: "Gracias". Gracias es algo que uno tiene que decir por sí mismo.
(Midrash, Avudraham, Rabí Isajar Frand)


"Y elevará la ceniza" (Vayikrá 6:3)
A primera vista, hay algunas cosas en el judaísmo que parecen muy raras.  Recuerdo a alguien que no era religioso al momento de descubrir la halajá que dice que hay que atar el zapato izquierdo antes que el derecho.  Esa persona me dijo: "La verdad es que me cuesta creer que a Di-s Le importe qué zapato ato primero".
Yo le podría haber explicado que atamos primero los cordones del zapato izquierdo en muestra de respeto a la tira de cuero del tefilín que se pone en el brazo izquierdo.  Sin embargo, me di cuenta de que lo que le molestaba era algo mucho más básico.
Los que nacimos en el mundo occidental crecimos en un mundo en el que la religión era una actividad de fin de semana.  Para la mente occidental, si hay un Di-s, es como un invitado de fin de semana.  Cualquier intrusión adicional en la vida es considerada extremadamente fastidiosa.
En 1898, Lord Melbourne señaló, tras oír un sermón evangélico: "Las cosas han llegado a un estado tal en que se permite que la religión invada la esfera de la vida privada".
Sin embargo, para el judío, el judaísmo no constituye un pasatiempo.  No es un aspecto más de la vida.  Para nosotros es la vida.  El judío percibe cada actividad como una oportunidad de acercarse a Di-s.  Lo que comemos.  Lo que pensamos.  Lo que decimos.  Lo que hacemos.  Lo que no hacemos.  En este mundo, nada está privado del potencial de espiritualidad.  Nada es neutro.  Si el propósito de la creación es que reconozcamos a Di-s, entonces todo debió haber sido creado con ese fin.  La alternativa sería que existen amplias áreas de este mundo que no forman parte del propósito de Di-s, y que estaríamos acusando al Amo del mundo de extremo descuido.
En el versículo citado, la palabra hebrea que significa "ceniza" es “deshen”.  “Deshen” puede entenderse como un acrónimo de “davar shelo nejshav”, "algo sin importancia".  Cuando la Torá dice: "Y elevará la ceniza", nos está diciendo que tomemos todo, incluso las cosas que nos parecen insignificantes como cenizas, y las coloquemos junto al altar.  Elevar los pequeños pensamientos de la vida, usándolos para servir a Di-s.  Porque en este mundo no hay nada que no pueda utilizarse para servir a Di-s.  Ni siquiera el más humilde cordón de zapatos.
(Admor Rabí Tzvi HaKohen MiRiminov en Iturei Tora)


"Separará las cenizas de lo que consumió el fuego... y las colocará junto al altar" (Vayikrá 6:3)
Si hubieses pasado años enteros tomando clases de piano, te sentirías muy desilusionado si una mañana te despertaras y no pudieras tocar "Para Elisa".  Si hubieses ahorrado un millón de dólares y los hubieses depositado en el banco, te enojarías mucho si al día siguiente el millón se hubiese esfumado...
Los logros físicos tienden a no desaparecer de un día para otro.  Sin embargo, en lo que respecta a los logros espirituales, cada día se empieza desde cero.  No se puede asumir que los triunfos espirituales de ayer nos protejan de los desafíos de hoy.  Cada día trae su propio Everest espiritual que escalar.
Suena difícil, ¿no?
Es difícil.
Pero hay un consuelo.  Aunque cada día enfrentemos nuevamente nuestros desafíos espirituales, nos hemos transformado en un ser diferente.  Y salimos a escalar esos picos espirituales, no como éramos ayer a la mañana, sino como una persona nueva.
Esta idea la podemos percibir al comienzo de la parashá de esta semana: cada día el Cohén quitaba las cenizas de la ofrenda diaria y las colocaba en la base del altar.  Milagrosamente, las cenizas eran tragadas por el suelo alrededor de la base del altar.  Por lo tanto, la ofrenda diaria era una ofrenda diferente cada día, pero sus cenizas, la evidencia del servicio de ayer, eran ahora parte integrante del altar sobre el cual se llevaba a cabo el servicio.
(Rabí Shimshon Rafael Hirsch, Rabí Mordejai Perelman)
Shabat Shalom

Enfoques sobre la Parashá TZAV



Torá desde Jerusalem



Parashá Tzav - Ordena
Libro Vayikrá / Levítico (6:1 a 8:36)
Enfoques sobre la Parashá

"Un fuego continuo debe quemar en él; no debe ser extinguido" (Vayikrá 6:6)
No solo está prohibido apagar el fuego en el Altar, sino que además el fuego debe ser cuidado y se le debe agregar madera siempre que se necesite, para que las llamas asciendan constantemente.  Si está prohibido apagar siquiera un solo carbón en el Altar físico, cuanto más está prohibido apagar un simple rescoldo en el Altar espiritual, el corazón Judío.  El ansia por la santidad, la llama en el corazón que aspira nostálgicamente de arriba hacia dentro, debe ser constantemente acrecentada; ayudada y reforzada a través de la razón, la sabiduría y el discernimiento - con la iluminacion de las mitzvot y la luz de la Torá.
(Orot Hakodesh, Zevajim 91)


"Tzav..." (Vayikrá 6:1)
Son las últimas horas de la tarde.  Reubén decide que desde la puesta del sol ese día hasta la puesta del sol del día siguiente, se abstendrá de comer y tomar.  Él hace esto como un espontáneo regalo de devoción hacia Di-s.  Dos semanas más tarde, Shimón se da cuenta que el día siguiente es Yom Kipur, y no podrá ni comer ni tomar por 25 horas.  Interiormente se queja pensando en esas largas horas, la garganta seca, y el dolor de cabeza que tendrá, pero a pesar de esto cumple con el ayuno.  ¿Quién es más grande - Reubén, que actúa voluntariamente, por propia inspiración, o Shimón, que lo hace porque lo tiene que hacer - porque se le es ordenado?  Uno puede pensar que alguien que actúa voluntariamente está en un nivel más alto, pero nuestros Sabios nos enseñan que "Es más grande al que se le ordena y cumple que al que no se le ordena y cumple" (Tratado Kidushin 31).  La razón es que psicológicamente una persona se resiste a hacer lo que tiene que hacer.  Por eso, es más difícil para alguien a quien se le ordena y hace, que para alguien a quien no se le ordena y hace.  La primera palabra de la Parashá semanal es "Tzav" - "Orden".  Rashi nos dice que la palabra "Tzav" está siempre asociada con el concepto de disponibilidad.  Donde hay una orden, hay una gran necesidad de entusiasmo, ya que es mucho más difícil hacer...
(Basado en Maiana shel Torá)


"Si lo ofreciere por ofrenda de gracias..." (Vayikrá 7:12)
¿Qué significa la palabra "judío"?
"Judío" es la traducción de la palabra hebrea "yehudí", que proviene de la misma raíz que la palabra "lehodot".
"Lehodot" es un término muy interesante.  Posee dos significados.  Significa "agradecer" y tambien significa "admitir".
¿Qué tienen de común "agradecer" y "admitir"?
Al decir "gracias", estamos, esencialmenteadmitiendo.  Estamos admitiendo que estamos endeudados con la otra persona, por la bondad que hizo con nosotros.  A menos que admitamos que recibimos un favor, no podremos decir "gracias".
Si se nos llama "judíos", si eso es lo que somos, entonces debe ser que esas dos cualidades, la de admitir, y la de agradecer, son componentes integrales de nuestro pueblo.
Cuando una persona se salva de un peligro que amenazaba con su vida, la costumbre judía es hacer una comida especial en agradecimiento a Hashem.
Pero, ¿por qué Le damos gracias a Hashem de esta manera?  ¿Por qué no damos fondos para caridad, por ejemplo?
En la parashá de esta semana, se estudia una categoría especial de ofrendas que se llevaban al Beit ha Mikdash, y que se llamaban Korban Shlamim (ofrenda pacífica).  Esas ofrendas las comían, una parte los cohanim, y la otra, las personas que las ofrendaban.
La regla general era que las ofrendas debían comerse en su totalidad dentro de 36 horas, dos días y una noche. Pero el Korbán Todá era la excepción.  ?En que consistía? El Korban Toda era la ofrenda que se Le llevaba a Hashem en agradecimiento por haberse salvado de un peligro.
El lapso permitido para consumir el Korbán Todá eran solamente 24 horas: un día y una noche, hasta la medianoche.
¿Por qué el lapso para comer el Korban Toda era tanto más corto que el de los otros shelamim? Y este interrogante cobra fuerza si tenemos en cuenta la inmensa cantidad de comida que se debía consumir con el Toda: cuarenta panes.
La respuesta es que cuando la persona que traía el Toda veía todo lo que habia para comer, invitaba a sus amigos a celebrar y regocijarse junto a él en una comida compartida.
Por cierto que el tema principal de conversación era la gran salvación que habia sido causa del encuentro, y el anfitrión solía narrar las milagrosas circunstancias de su rescate.
Y, en especial, se le pedía que dijera palabras de Torá y de agradecimiento a Hashem por su salvación.
Cuando una persona tiene que levantarse y hablar frente a una multitud, lo normal es que se le acelere el pulso, se le humedezcan las palmas de las manos y se le seque la boca.  Se ve forzado a pensar con sumo cuidado lo que está a punto de decir, y cómo va a decirlo.
A través de ese proceso de reanalizar, la persona que recibió el milagro volvía a examinar cada uno de los detalles de su salvación, con el resultado de que no solamente inspiraba a su auditorio con el relato, sino que el mismo alcanzaba la concientización de todo la bondad  que le habia conferido Hashem.
(Abarbanel, Rabí Itzjak Ezraji en Mizmor le Todá)


"Se mantendrá ardiendo un fuego continuo sobre él; no será apagado" (Vayikrá 6:6)
La Torá prohíbe apagar el fuego del Altar.  Por el contrario: el fuego debe ser atendido constantemente, agregándole leña tanto como haga falta, de modo tal que la llama se eleve en forma constante.  Y si está prohibido apagar siquiera una sola brasa del Altar físico (Zevajim 91), cuanto más grande será la prohibición de apagar siquiera una sola brasa ardiente del Altar espiritual, que es el corazón judío.
El ansia de santidad, la llama del corazón que siempre aspira a elevarse más y más, hacia arriba, hacia su fuente, siempre deberá alimentarse y fortalecerse, a través del razonamiento, la sabiduría y el discernimiento, con la iluminacion de las Mitzvot y la luz de la Torá.
(Orot ha Kodesh)


"Ordena a Aharón y a sus hijos, diciendo: 'Esta es la ley de la ofrenda de elevación..." (Vayikrá 6:2)
Cada uno de los órganos de los sentidos tiene una cubierta que lo protege de las cosas indeseables.
La boca tiene labios, capaces de evitar que la boca emita frases fuera de lugar. Los oídos cuentan con lóbulos que pueden emplearse para bloquear la entrada de malas palabras. Los ojos tienen párpados y cejas. Y asi con todos los órganos de la percepción.
Con una sola excepción.
La mente no tiene protección.  Los pensamientos no tienen visor.  Van y vienen como quieren.  Por eso hace falta una medida extra de presteza y de vigilancia a fin de protegerla de los malos pensamientos.
Acerca del versículo citado, Rashi comenta que cuando la Torá emplea el termino "ordenar", siempre implica "presteza".  En el Talmud, Rabí Shimón afirma que cuando hay un "jisaron kis", la Torá exige una medida extra de vigilancia.
Literalmente, "jisaron kis" significa "pérdida de bolsillo", una pérdida monetaria.  En la mayoría de las ofrendas, los cohanim recibían parte del animal como comida.  Sin embargo, en el caso del korbán olá, en que se quemaba toda la ofrenda y el Cohén no recibía nada, los cohanim precisaban de una medida extra de vigilancia.
No obstante, "jisaron kis" también puede significar "que le falta una cubierta".  La ofrenda de elevación se llevaba como expiación por los malos pensamientos.  La mente no tiene barrera, no tiene cubierta.  Por eso, donde falta la protección, hace falta una medida adicional de vigilancia y de cuidado.
(Sijot Tzadikim en Maiana shel Torá)


"Ordénale a Aharón" (Vayikrá 6:2)
"¡Lo descubrieron!"  "¡La verdad salió a flote!"  "¡Revelación única!"  Vivimos en un mundo en el que la falta de cubierta es endémica; un mundo en el que todo debe revelarse.  Por  carecer nuestra sociedad de un verdadero centro espiritual, la única cualidad que se cotiza es la revelación. 
La revelación lo es todo.  Lo que no se ve o lo que no puede verse no vale nada, no sirve para nada. 
Las cosas sagradas, por necesidad, tienen que estar cubiertas.  Su propia naturaleza exige una cubierta.  En  todas las épocas han existido treinta y seis tzadikim por cuyo mérito existe el mundo.  Están ocultos.  Tienen que estar ocultos.
El domingo 19 de febrero de 1995 falleció en Jerusalem  Rabí Shlomó Zalman Oierbaj, a la edad de 84 años.  A la  tarde siguiente, 300.000 personas, una cantidad aproximadamente equivalente a la población adulta judía  de Jerusalem, lo escoltó en su último viaje.
La prensa israelí fue tomada desprevenida.  No tenían preparados obituarios, porque nunca habían oído hablar de él.  Fue una persona frágil y humilde ya desde joven. 
No se sentó en un concejo de Sabios.  No creó un imperio de publicaciones.  No distribuyó cassettes con clases. 
Durante 45 años encabezo una respetada Yeshivá de  Jerusalen que le proporcionaba su unico salario.  Y 300.000 personas escoltaron a este hombre, al que la prensa jamás llegó a conocer, a su último descanso. 
Lo sagrado debe estar cubierto.
Rashi comenta, con respecto al versículo citado: "La palabra 'ordénale' siempre connota diligencia y vigilancia.  Rabí Shimón dijo que la Torá necesita un  grado extra de vigilancia allí donde hay una falta de cubierta".
Al pensar en las ofrendas del Templo, pocas veces recordamos que, en la mayoría de las ofrendas, parte del korbán lo consumían el Cohén y la persona que lo habia traído.  Podríamos pensar que se trataba de un simple beneficio adicional para quien traía una ofrenda.  De hecho, el acto de comer, aparentemente, un mero acto físico, cubría la santidad más profunda del korbán.  Sin embargo, había un korbán que no era consumido ni por el Cohén ni por la persona que habia traído la ofrenda: el korbán olá o la "ofrenda de elevación".  El korbán olá debía ser consumido por el fuego en su totalidad.  No se comía ninguna parte de él.
En otras palabras, la santidad del korbán olá era algo revelado.  No poseía la cubierta; el camuflaje místico que se producía cuando el Cohén y el suplicante comían el korbán.
Es por ese motivo que el korbán olá necesitaba un grado extra de vigilancia y diligencia.  Porque lo que es revelado necesita extra protección y vigilancia.
(Jidushei ha Rim)
Shabat Shalom